jueves, 5 de diciembre de 2013

Noche

De arduo hierro te imagino
Labrada por metales ancestrales
Veteada de un fulgor adamantino
Y cargada con voces celestiales

La moneda oscura prefigura
El obsequioso nimbo de tu albergo
Y observo en ti la gran hechura
Del hombre que te graba en el exergo

De la historia. Tu aroma y tus fanales
Atraen sin fin al poeta desdichado
Que, eternamente trasnochado,
Te enamora con sílabas carnales

Dios, que te guarda en la memoria,
Regala el polvo y el don de la poesía
Para labrar con letras fieles la armonía
De tu luna coronada por la gloria.


[Sólo entretejo versos cuando me son propicios los astros, que no es muy a menudo. Por lo demás, mi composición no es sino un deficiente ejercicio simbolista.]

miércoles, 23 de octubre de 2013

Filosofía fantástica

Ignoremos a los empiristas lógicos. Ignoremos a Russell y a Wittgenstein. Ignoremos que dos más dos son cuatro. Crucemos el pantano verdinegro, penetremos en Penumbria.
     Platón creyó entender que la palabra es la especie; el vocablo hombre incluye a todas las variedades del hombre, el vocablo rosa a todas las rosas, etc. Al promediar el siglo XIX, Emerson declaró que cualquier hombre es todos los hombres: «Lo que Platón pensó, lo puede pensar él; lo que un santo sintió, lo puede sentir él; lo que pudo pasar a cualquier hombre en cualquier época, lo puede comprender él.» o el fragmento: «…así puedo observar también mis propios vicios en las distantes personas de Salomón, Alcibíades y Catilina.», son algunas de las líneas que figuran en el conjunto de su obra. El obispo irlandés George Berkeley edujo que somos una sucesión de ideas en la conciencia de Dios. Schopenhauer habla de un mundo nocional que se aniquila cuando cerramos los ojos: «Entonces le resulta claro y cierto que no conoce ningún sol ni ninguna tierra, sino solamente un ojo que ve el sol, una mano que siente la tierra; que el mundo que le rodea no existe mas que como representación, es decir, sólo en relación con otro ser, el representante, que es él mismo» (El mundo como voluntad y representación, § 1). Thomas Carlyle nos compara con espectros: «¡Oh, cielos¡ ¡Es misterioso, es terrible, pensar que no sólo llevamos cada uno, dentro de nosotros, un futuro Espectro, sino que somos, en realidad, espectros!» (Sartor Resartus, III, VIII).
     Es lícito pensar que la filosofía es uno de los primeros géneros fantásticos. El compendio de dictámenes filosóficos tributado más arriba no quiere sino significar aquello que ha merecido el asombro y la perplejidad de los hombres: la metafísica.
     La labor primordial de un escritor fantástico es convencer al lector de la verosimilitud de lo que escribe. La labor primordial del filósofo es explicar el mundo; no raras veces, esta explicación ha admitido argumentos fantásticos. Una convicción teológica espoleó la escritura de los Principios del Conocimiento Humano de Berkeley, padre del idealismo. Berkeley concibió a un Espíritu Supremo que “nos percibe”, que “nos piensa”; el mundo existe como idea, los hombres existen como espíritus; aquello que no vemos, aquello que no sentimos, carece de significado. Un árbol existe porque lo miramos; si cerráramos los ojos, ¿podríamos admitir con certeza que el árbol sigue ahí? El lector de Berkeley participa de la confusión y del misterio, cualidades cabalmente fantásticas.
     En algún punto de la historia –si estamos supeditados a una Eternidad, ¿qué relevancia puede tener una fecha en una serie infinita de fechas?-, Spinoza conjeturó que todas las cosas son variaciones de una sola cosa infinita y divina. Una mesa es una guisa de Dios, el sol es una guisa de Dios, el hombre es una guisa de Dios. Spinoza, o la cosa divina e infinita que es Spinoza, merece nuestra perplejidad y la de todos los hombres. ¿No intuyes, lector, lo fantástico de su tesis?
     Zenón de Elea es harto más sutil. Vindica las infinitas subdivisiones del tiempo y el espacio y niega, al mismo tiempo, la realidad de los últimos. Resumo brevemente la más famosa de sus paradojas: Aquiles, el aqueo, desafía a una morosa tortuga a una carrera; ésta acepta, indiferente. Aquiles, sabiéndose más rápido que la tortuga –diez veces más rápido, digamos-, le otorga una ventaja de diez metros. Cuando Aquiles recorra esos diez metros, la tortuga habrá recorrido uno; cuando Aquiles recorra ese metro, la tortuga habrá recorrido un decímetro; cuando Aquiles recorra ese decímetro, la tortuga habrá recorrido un centímetro; cuando Aquiles recorra ese centímetro, la tortuga habrá recorrido la décima parte de un centímetro y así hasta lo infinito. La tortuga siempre estará adelante de Aquiles y éste morirá antes de alcanzarla. De este modo operan las paradojas de Zenón. Para ir de un punto en A a un punto en B es preciso recorrer el número indefinido de puntos que hay entre A y B. El tiempo que hay entre un segundo y otro es interminable. Según es fama entre los eleáticos, el tiempo y el espacio son ilusorios; uno no puede moverse, uno no depende del tiempo, pues éste no avanza o avanza infinitamente un segmento infinitesimal. Las paradojas eleáticas son presumibles concepciones fantásticas.

La cifra de los filósofos que sostienen tesis perplejas, tesis asombrosas, propende al infinito. No obstante, sospecho que las ideas puramente fantásticas están incluidas en tres grandes gremios filosóficos: el idealismo, el panteísmo y las paradojas.
     La literatura fantástica históricamente ha abrevado de la filosofía. Los más ilustres de sus compositores son, quizás, Lewis Carroll, Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Dino Buzzati. No deja de asombrarme que Carroll, siendo un lógico y un matemático, ignore el positivismo y adopte el idealismo y el sentimiento onírico en sus novelas. Franz Kafka agrava las paradojas eleáticas: El castillo, El proceso y El mensaje imperial son fieles paradigmas. La obra de Borges está ensombrecida por el Velo de Maya y abunda en nociones de Emerson, de Berkeley, de Carlyle y de Schopenhauer. El vasto idealismo rige las novelas y los relatos de Bioy Casares: La invención de Morel, Plan de evasión y En memoria de Paulina son justas referencias. Siete mensajeros y El desierto de los tártaros de Buzzati obedecen a los procedimientos de Zenón y de Kafka.
    
Los que buscan la lógica y el tedio son positivistas, los que buscamos el asombro, la confusión y el misterio somos idealistas, panteístas o devotos de Zenón. En una palabra: fantásticos.
     Apenas te ofrecí una glosa, lector, de las variedades fantásticas en la filosofía. Espero haberte confundido y no convencido con mis argumentos. Las sombras me reclaman, a final de cuentas no somos sino sombras que corren detrás de sombras.

Texto publicado anteriormente en Revista Penumbria

        

lunes, 29 de julio de 2013

El ladrón del fuego

En la hosca roca Prometeo
Yace perpetuamente encadenado,
En lo alto, el rumor del aleteo
Del águila inmortal es perpetrado.
Desciende trágica el declive
Del brusco Cáucaso ignorado,
El pico irracional está proclive
Hacia el divino vientre deshonrado.
Surgen las entrañas inmortales
Devoradas una eternidad de veces;
Prometeo recuerda cuántas veces
Abjuró de los designios celestiales.
Recuerda largamente el desatino
De robar con una vara el fuego;
En el alto empíreo se oye el ruego
Que le espolea su trágico destino.
Las noches estelares ya se destejen
En días no menos largos en que se tejen
Una y otra vez los lóbulos del hígado.
Y el ave inmemorial, al borde del hartazgo,
Al cabo de los años urde el hallazgo:
El demiurgo a la piedra se ha ligado.

El verso libre exige un sentido del ritmo y de la música que creo desconocer. Esta circunstancia infeliz me ha espoleado a optar por la rima, que acaso es más accesible. La rima, al diferencia del verso libre, impone una estructura cuyo metro es aconsejable obedecer. Por abulia o por desdén, he ignorado la regla.
      El tema del poema* que precede este escolio es harto frecuentado: el castigo que Zeus inflige a Prometeo, demiurgo de los hombres e ilustre ladrón del fuego sagrado. La historia se halla fácilmente en internet y en el primer libro de la Biblioteca Mitológica de Apolodoro, de cuyas líneas ha devenido el anterior juego de rimas. La última estrofa de la composición es imputable a una lacónica ficción de Kafka.  
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*La noción becqueriana de la poesía deja traslucir que el poema es asaz común en la naturaleza: el amanecer comporta un poema, el nacimiento de la luna es un poema, el vuelo de las aves es una de las infinitas formas de la poesía, etc. El poema no sólo es un tejido de palabras arquetípicas, también es una coyuntura, una imagen delectable o un arcano sonido. “Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”.  

jueves, 18 de julio de 2013

Soy alguien

In memoriam R. W. E.

Soy el eco remoto de un Adán aniquilado,
Soy el tiempo y el espacio, la memoria y el olvido,
Soy el asceta en la cruz y el peregrino en el desierto,
Soy Corán, soy Biblia, soy valles demudados,
Soy Jacob: las doce tribus,
Ego sum qui sum, la lluvia, los abrojos,
Soy Cielo y soy Infierno, soy la historia inveterada
Del lenguaje inmarcesible,
Soy el barro elemental y el arrebol de los crepúsculos,
Soy sudor y esperma y la raíz del olmo en decadencia,
Soy el canto inocuo de los pájaros;
La sumisión desesperada del cordero,
Soy Ulises y soy Zeus,
Soy Vishnú, Hanuman, la fe del eremita,
Soy el baluarte de David y la elegía de Jeremías,
Soy la nube nocturnal y un callejón desamparado,
Soy el hierro por la noche y la herrumbre al mediodía,
Soy gacela y asfódelo, lirio descarnado, azor hambriento,
Soy todas las minucias y todos los excesos,
Soy el urdidor inasible, el conjetural obrero;
Soy el Verbo innominable y el conjunto de todas las cuestiones,
Soy tú y soy todo:
La brusquedad de la montaña,
El fuego consumiéndose en la olvidada hoguera,
Las manchas del jaguar, las rayas de la cebra,
Soy nada: el aleph del cabalista,
El ídolo de piedra, el rey pagano,
La cimitarra del rey persa,
La espada inmaculada del sajón,
Soy la muerte y soy la vida y el sueño interminable
En la vigilia ya extenuada,
Soy el mar y su reflejo: el azul inabarcable
De los cielos,
Soy antes de pensar: la locura de Descartes,
Soy –también- la terrible esfera de Pascal,
Soy la obsesión del griego y la barbarie del vikingo,
Soy el Igdrasil eterno, las ramas del olivo,
Soy el trueno y el destierro y el estanque en que te miras
Narciso de organdí,
Soy la belleza y lo grotesco,
Velázquez y Quevedo,
Soy la guerra en el Ilión:
La sangre derramada por mil bruñidas hojas,
Soy el agua de la fuente y las sombras del estío,
Soy Heráclito, soy el río,
Soy la selva inextricable y la llanura polvorienta,
Soy pasado y soy futuro y el ínfimo presente que los hila,
Soy la arena junto al mar, la cicuta desgarbada, la música de Orfeo,
Soy el Dios que desconoces y que a diario preconizas,
Soy yo, soy tú, soy él:
Soy Nadie:

Soy Todo.

miércoles, 3 de abril de 2013

Los diletantes borgeanos

Carlyle deja entender que el diletantismo es el peor de los pecados[1]. En términos simples, definimos al diletante como la persona que manifiesta abiertamente su interés por un campo del saber sin conocerlo o practicarlo a profundidad. El problema del diletante no es su falta de seriedad, es su frivolidad y, aun peor, su gregarismo. Ejemplos varios existen al respecto; la lectura superficial ejercida por los malos lectores de Borges incentiva la escritura de esta página.

Seamos claros: no soy ningún especialista en la obra borgeana, porque serlo significa, asimismo, ser especialista en la casi infinita literatura. Sin embargo, algún bagaje poseo sobre su generosa literatura.
       El primer acercamiento a Borges siempre representa (creo) un duro impacto para el intelecto. De tal suerte que un primer fracaso parece inevitable. Suele ocurrir que Borges llega a nosotros en la adolescencia, cuando aún poseemos un escaso recorrido en el universo literario.
       Con alguna felicidad comprendí el primer cuento que leí de Borges: Los dos reyes y los dos laberintos, un lacónico y parabólico relato de confección clásica; no así el segundo que me deparó su obra: El aleph, uno de sus pináculos prosísticos. El aleph –que también es la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada- es el punto del espacio que contiene todos los puntos; es el lugar en el que se ven a un tiempo todos los lugares. El espacio físico es transgredido por este objeto maravilloso que se encuentra en el sótano de una casa.
       De complejos argumentos como el anterior están forjados sus libros. Por eso no es raro que en un principio sus cuentos o sus poemas –ya no digamos sus ensayos- nos parezcan inexpugnables. Cuando no hemos leído la suficiente literatura, su prosa simplemente nos rebasa.

 Bioy Casares declara -en el prólogo de la Antología de la literatura fantástica- que los relatos de Borges están destinados a lectores intelectuales, estudiosos de filosofía, casi especialistas en literatura. No me parece imprecisa esa afirmación. Y no es que Borges sea un erudito pedante o un monstruo elitista, es que él no entiende la literatura de otro modo.
        No entiendo a aquellos lectores que se proclaman admiradores de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, y que en su vida han hojeado algún volumen de Berkeley o de Schopenhauer o de Emerson; voces canónicas que permean los conceptos expuestos a lo largo del relato. Esta ralea de lectores no está al tanto de las profundidades filosóficas de las que participan los relatos de Borges; estos lectores han caído en el más frecuentado de los esnobismos: el literario.
       
Leer a Borges es leer a Carlyle, leer a Emerson, leer a Nietzsche, leer a Hume. Borges es irreductible como la esfera inconcebible que aparece en muchos de sus cuentos: su centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna[2].
       No hay que caer en el autoengaño, para comprender a Borges es preciso comprender primero la literatura. Ni el más sencillo de sus relatos deja de ser un universo.

Soy detractor de la lectura somera y de la adulación, que es una de las formas de la ignorancia. Borges es un pilar de la literatura universal, de eso no hay duda, empero, no creo que precise aduladores.
       Si algo vindicó Borges a lo largo de su vida fue la duda y la reticencia; de lo único de lo que hay que dudar es de lo que nunca se ha dudado. Se loa más dudando que aceptando ciegamente una doctrina. Adular a un autor sin conocer lo suficiente de su obra es ridículo.

Quizá está página no es más que un producto de los celos; quizá no me agrada que a Borges lo conozca todo el mundo. Tal vez desearía que Borges fuera el bastión primordial de un culto secreto. Pero un escritor como él tarde o temprano sería descubierto y propalado. Los franceses lo hicieron y a ellos adjudicamos que sea leído hasta en el Indostán, hasta en la China.  

Concluyendo: es menester derrocar el diletantismo y ahondar en lo que nos interesa –si de verdad nos interesa-. Al final del día descubriremos con felicidad que una buena lectura de Borges comienza con Homero, con Las mil y una noches.

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     1. Carlyle declara: El peor pecado es el dilettantismo, la hipótesis, la especulación, manera de buscar la Verdad como pasatiempo, jugando y tomándola a broma, raíz de todos los pecados imaginables que se agarra al corazón y al espíritu del hombre que nunca veneró la Verdad, que vive de apariencias, que no sólo dice y origina falsedades, sino que es una falsedad todo él. (De los Héroes, el culto de los Héroes y lo Heroico en la historia, Segunda conferencia )
  2. Véase: La esfera de Pascal (ensayo), El aleph y La escritura del dios.

Nota: Leer mal es tan poco provechoso como no hacerlo en absoluto; es una pérdida de tiempo. 

jueves, 28 de marzo de 2013

Tres versiones de Judas (Jorge Luis Borges)


There seemed a certainity in degradation.

T. E. Lawrence: Seven Pillars of Wisdom,ciii



En el Asia Menor o en Alejandría, en el segundo siglo de nuestra fe, cuando Basílides publicaba que el cosmos era una temeraria o malvada improvisación de ángeles deficientes, Niels Runeberg hubiera dirigido, con singular pasión intelectual, uno de los coventículos gnósticos. Dante le hubiera detinado, tal vez, un sepulcro de fuego; su nombre aumentaría los catálogos de heresiarcas menores, entre Satornilo y Carpócrates; algún fragmento de su prédicas, exornado de injurias, perduraría en el apócrifo Liber adversus omnes haereses o habría perecido cuando el incendio de una bibilioteca monástica devoró el último ejemplar del Syntagma. En cambio, Dios le deparó el siglo veinte y la ciudad universitaria de Lund. Ahí, en 1904, publicó la primera edición de Kristus och Judas; ahí, en 1909, su libro capital Den hemlige Frälsaren. (Del último hay versión alemana, ejecutada en 1912 por Emili Schering; se llama Der heimliche Heiland.)
         Antes de ensayar un examen de los precitados trabajos, urge repetir que Nils Runeberg, miembro de la Unión Evangélica Nacional, era hondamente religioso. En un cenáculo de París o aun en Buenos Aires, un literato podría muy bien redescubir las tesis de Runeberg; esas tesis, propuestas en un cenáculo, serían ligeros ejercicios inútiles de la negligencia o de la blasfemia. Para Runeberg, fueron la clave que descifra un misterio central de la teología; fueron materia de meditación y análisis, de controversia histórica y filológica, de soberbia, de júbilo y de terror. Justificaron y desbarataron su vida. Quienes recorran este artículo, deben asimismo considerar que no registra sino las conclusiones de Runeberg, no su dialéctica y sus pruebas. Alguien observará que la conclusión precedió sin duda a las “pruebas”. ¿Quién se resigna a buscar pruebas de algo no creído por él o cuya prédica no le importa?
         La primera edición de Kristus och Judas lleva este categórico epígrafe, cuyo sentido, años después, monstruosamente dilataría el propio Nils Runeberg: No una cosa, todas las cosas que la tradición atribuye a Judas Iscariote son falsas (De Quincey, 1857). Precedido por algún alemán, De Quincey especuló que Judas entregó a Jesucristo para forzarlo a declarar su divinidad y a encender una vasta rebelión contra el yugo de Roma; Runeberg sugiere una vindicación de índole metafísica. Hábilmente, empieza por destacar la superfluidad del acto de Judas. Observa (como Robertson) que para identificar a un maestro que diariamente predicaba en la sinagoga y que obraba milagros ante concursos de miles de hombres, no se requiere la traición de un apostol. Ello, sin embargo, ocurrió. Suponer un error en la Escritura es intolerable; no menos tolerable es admitir un hecho casual en el más precioso acontecimiento de la historia del mundo. Ergo, la trición de Judas no fue casual; fue un hecho prefijado que tiene su lugar misterioso en la economía de la redención. Prosigue Runeberg: El Verbo, cuando fue hecho carne, pasó de la ubicuidad al espacio, de la eternidad a la historia, de la dicha sin límites a la mutación y a la carne; para corresponder a tal sacrificio, era necesario que un hombre, en representación de todos los hombres, hiciera un sacrificio condigno. Judas Iscariote fye ese hombre. Judas, único entre los apóstoles intuyó la secreta divinidad y el terrible propósito de Jesus. El Verbo se había rebajado a mortal; Judas, discípulo del Verbo, podía rebajarse a delator (el peor delito que la infamia soporta) y ser huésped del fuego que no se apaga. El orden inferior es un espejo del orden superior; las formas de la tierra corresponden a las formas del cielo; las manchas de la piel son un mapa de las incorruptibles constelaciones; Judas refleja de algún modo a Jesús. De ahí los treinta dineros y el beso; de ahí la muerte voluntaria, para merecer aun más la Reprobación. Así dilucidó Nils Runeberg el enigma de Judas.
         Los teólogos de todas las confesiones lo refutaron. Lars Peter Engström lo acusó de ignorar, o de preterir, la unión hipostática; Axel Borelius, de renovar la herejía de los docetas, que negaron la humanidad de Jesus; el acerado obispo de Lund, de contradecir el tercer versículo del capítulo 22 del Evangelio de San Lucas.
         Estos variados anatemas influyeron en Runeberg, que parcialmente reescribió el reprobado libro y modificó su doctrina. Abandonó a sus adversarios el terreno teológico y propuso oblicuas razones de orden moral. Admitió que Jesús, «que disponía de los considerables recursos que la Omnipotencia puede ofrecer», no necesitaba de un hombre para redimir a todos los hombres. Rebatió, luego, a quienes afirman que nada sabemos del inexplicable traidor; sabemos, dijo, que fue uno de los apóstoles, uno de los elegidos para anunciar el reino de los cielos, para sanar enfermos, para limpiar leprosos, para resucitar muertos y para echar fuera demonios (Mateo 10: 7­8; Lucas 9: 1). Un varón a quien ha distinguido así el Redentor merece de nosotros la mejor interpretación de sus actos. Imputar su crimen a la codicia (como lo han hecho algunos, alegando a Juan 12: 6) es resignarse al móvil más torpe. Nils Runeberg propone el móvil contrario: un hiperbólico y hasta ilimitado ascetismo. El asceta, para mayor gloria de Dios, envilece y mortifica la carne; Judas hizo lo propio con el espíritu. Renunció al honor, al bien, a la paz, al reino de los cielos, como otros, menos heroicamente, al placer.[1] Premeditó con lucidez terrible sus culpas. En el adulterio suelen participar la ternura y la abnegación; en el homicidio, el coraje; en las profanaciones y la blasfemia, cierto fulgor satánico. Judas eligió aquellas culpas no visitadas por ninguna virtud: el abuso de confianza (Juan 12: 6) y la delación. Obró con gigantesca humildad, se creyó indigno de ser bueno. Pablo ha escrito: El que se gloria, gloríese en el Señor (I Corintios 1: 31); Judas buscó el Infierno, porque la dicha del Señor le bastaba. Pensó que la felicidad, como el bien, es un atributo divino y que no deben usurparlo los hombres.[2]
         Muchos han descubierto, post factum, que en los justificables comienzos de Runeberg está su extravagante fin y que Den hemlige Frälsaren es una mera perversión o exasperación de Kristus och Judas. A fines de 1907, Runeberg terminó y revisó el texto manuscrito; casi dos años transcurrieron sin que lo entregara a la imprenta. En octubre de 1909, el libro apareció con un prólogo (tibio hasta lo enigmático) del hebraísta dinamarqués Erik Erfjord y con este pérfido epígrafe: En el mundo estaba y el mundo fue hecho por él, y el mundo no lo conoció (Juan 1: 10). El argumento general no es complejo, si bien la conclusión es monstruosa. Dios, arguye Nils Runeberg, se rebajó a ser hombre para la redención del género humano; cabe conjeturar que fue perfecto el sacrificio obrado por él, no invalidado o atenuado por omisiones. Limitar lo que padeció a la agonía de una tarde en la cruz es blasfematorio.[3] Afirmar que fue hombre y que fue incapaz de pecado encierra contradicción; los atributos de impeccabilitas y de humanitas no son compatibles. Kemnitz admite que el Redentor pudo sentir fatiga, frío, turbación, hambre y sed; también cabe admitir que pudo pecar y perderse. El famoso texto Brotará como raíz de tierra sedienta; no hay buen parecer en él, ni hermosura; despreciado y el último de los hombres; varón de dolores, experimentado en quebrantos (Isaías 53: 2­3), es para muchos una previsión del crucificado, en la hora de su muerte; para algunos (verbigracia, Hans Lassen Martensen), una refutación de la hermosura que el consenso vulgar atribuye a Cristo; para Runeberg, la puntual profecía no de un momento sino de todo el atroz porvenir, en el tiempo y en la eternidad, del Verbo hecho carne. Dios totalmente se hizo hombre hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo. Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue judas.
         En vano propusieron esa revelación las librerías de Estocolmo y de Lund. Los incrédulos la consideraron, a priori, un insípido y laborioso juego teológico; los teólogos la desdeñaron. Runeberg intuyó en esa indiferencia ecuménica una casi milagrosa confirmación. Dios ordenaba esa indiferencia; Dios no quería que se propalara en la tierra Su terrible secreto. Runeberg comprendió que no era llegada la hora: Sintió que estaban convergiendo sobre él antiguas maldiciones divinas; recordó a Elías y a Moisés, ,que en la montaña se taparon la cara para no ver a Dios; a Isaías, que se aterró cuando sus ojos vieron a Aquel cuya gloria llena la tierra; a Saúl, cuyos ojos quedaron ciegos en el camino de Damasco; al rabino Simeón ben Azaí, que vio el Paraíso y murió; al famoso hechicero Juan de Viterbo, que enloqueció cuando pudo ver a la Trinidad; a los Midrashim, que abominan de los impíos que pronuncian el Shem Hamephorash, el Secreto Nombre de Dios. ¿No era él, acaso, culpable de ese crimen oscuro? ¿No sería ésa la blasfemia contra el Espíritu, la que no será perdonada (Mateo 12: 31)? Valerio Sorano murió por haber divulgado el oculto nombre de Roma; ¿qué infinito castigo sería el suyo, por haber descubierto y divulgado el horrible nombre de Dios?
          Ebrio de insomnio y de vertiginosa dialéctica, Nils Runeberg erró por las calles de Malmö, rogando a voces que le fuera deparada la gracia de compartir con el Redentor el Infierno.
         Murió de la rotura de un aneurisma, el primero de marzo de 1912. Los heresiólogos tal vez lo recordarán; agregó al concepto del Hijo, que parecía agotado, las complejidades del mal y del infortunio.
1944

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[1] Borelius interroga con burla: ¿Por qué no renunció a renunciar? ¿Porqué no a renunciar a renunciar?.

[2] Euclydes da Cunha, en un libro ignorado por Runeberg, anota que para el heresiarca de Canudos, Antonio Conselheiro, la virtud «era una casi impiedad». El lector argentino recordará pasajes análogos en la obra de Almafuerte. Runeberg publicó, en la hoja simbólica Sju insegel, un asiduo poema descriptivo, El agua secreta; las primeras estrofas narran los hechos de un tumultuoso día; las úttimas, el hallazgo de un estanque glacial; el poeta sugiere que la perduración de esa agua silenciosa corrige nuestra inútil violencia y de algún modo la permite y la absuelve. El poema concluye así: El agua de la selva es feliz; podemos ser malvados y dolorosos.

[3] ­Maurice Abramowicz observa: “Jésus, d'aprés ce scandinave, a toujours le beau rôle; ses déboires, grâce à la science des typographes, jouissent d'une réputabon polyglotte; sa résidence de trente­trois ans parmi les humains ne fut en somme, qu'une villégiature”. Erfjord, en el tercer apéndice de la Christelige Dogmatik refuta ese pasaje. Anota que la crucifixión de Dios no ha cesado, porque lo acontecido una sola vez en el tiempo se repite sin tregua en la eternidad. Judas, ahora, sigue cobrando las monedas de plata; sigue besando a Jesucristo; sigue arrojando las monedas de plata en el templo; sigue anudando el lazo de la cuerda en el campo de sangre. (Erlord, para justificar esa afirmación, invoca el último capítulo del primer tomo de la Vindicación de la eternidad, de Jaromir Hladík).

jueves, 14 de marzo de 2013



Un galeón a la deriva
boga repleto de tesoros
en los mares invisibles
de mi pensamiento inútil




miércoles, 20 de febrero de 2013

Fragmento

Emiliano González, escritor mexicano injustamente desdeñado, incluye en su obra capital: Los sueños de la bella durmiente este pequeño Fragmento que, modelado por el sueño, es un paradigma fiel de su estilo: imaginativo, inconcebible...


FRAGMENTO


Custodiado por esfinges de cristal, un tesoro persa aguarda vanamente en las profundidades de mi cerebro. Ejércitos de caballeros humeantes, montados en osamentas de potros, lo dejaron ahí: para hostigar mi codicia todas las noches. Las esfinges, posadas a cada extremo de un sepulcro dividido por una escalinata que conduce a donde está el tesoro, vigilan la ascensión de seres amortajados. A sus pies brilla un césped cuajado de rocío: el parque de las ninfas. Hay alamedas a lo lejos, amores de bronce y en medio del jardín un fáustico reloj, mudo para siempre. Yo frecuento con pasitos de rata los senderos de grava, sólo por el placer de pisar arena imaginaria. Mientras camino, advierto una lluvia incipiente. No se me ocurre nada: estoy absorto, contemplando esa luna de plata que brilla junto al sol.

De pronto, el cielo se quiebra como un espejo.

lunes, 4 de febrero de 2013

La muerte del escritor I

Un escritor sueco, de Guthenburg, presiente, una tarde de agosto, que el texto que ha estado escribiendo durante los últimos dos años está a punto de llegar a su desenlace. Los personajes van y vienen en una suerte de vaivén vertiginoso, se rebelan contra su creador, ofrecen argumentaciones que desafían, insurrectas, las secretas leyes de la creación literaria; sucesos imprevistos de pronto se cuelan en la narración sin que el pobre escritor escandinavo logre hacer nada: ya no es dueño de su obra y aun menos de su pensamiento. Como un vil y obediente autómata, es manipulado por la negligencia de sus protagonistas, dirigido por las invisibles cuerdas de sus titiriteros literarios. Almaric Jorgensen trama en contra de Pipo Stevenson, quien, de algún modo, es el escritor. Todo está urdido: la cena en el Bonsoir, Petite, el champagne, el choucroute garnie, la leve demora del camarero, el cuarto de hotel en el Skeppsholmen, la ducha. Cuando Stevenson sale del baño, Jorgensen, con un proyectil en la mano derecha y un puro en la boca, lo está aguardando al resguardo de la penumbra de la habitación. Un frugal intercambio de coléricas interpelaciones desentraña el carácter nostálgico del misterio, de la venganza. Jorgensen levanta y clava el revólver en la frente de Stevenson; morosamente, activa el percutor. El escritor se va de bruces contra la página mecanografiada. Tiene en la frente un profundo y renegrido agujero de bala. 
      

viernes, 1 de febrero de 2013

El mal escritor


Cansado de crear historias vagas y personajes sin lustre, aquella madrugada el escritor se levantó de la cama, calentó un pocillo con café y se dispuso a teclear en la vieja máquina de escribir que tenía apostada en su escritorio. Entreveía el argumento, no muy bien, pero lo entreveía. Sin demora y liturgia algunas, comenzó a escribir.
  Lentamente oprimió la tecla E pero se arrepintió enseguida. Abrir la narración con un artículo lo conduciría al fracaso; así lo había hecho con sus últimos libros, y ésta tenía que ser una historia diferente, ésta tenía que subvertir todos los convencionalismos de su escritura. Verbo transitivo o intransitivo, adverbio o adjetivo, preposición. Optó por el adverbio. Mecanografió la primera frase y la deploró, rompió la página e insertó una nueva hoja en blanco. Ajustó el rodillo y comenzó de nuevo.
  Escrito el primer párrafo, consideró que la historia que estaba germinando era superficial y pretenciosa, por lo que tomó la hoja, la comprimió con las manos y la arrojó al suelo. Urdir una obra maestra no era sencillo. Tramó vagamente durante horas.
  Cuando por fin tuvo la historia que lo colocaría entre los grandes de la literatura, ya había amanecido. Y él sólo escribía de noche. Así que dejó reposar esa magna obra en la consola de su pensamiento.

Unas horas antes del crepúsculo, el escritor retomó con vértigo la serie de ideas que habría de disponer sobre el papel y las juzgó patéticas, atiborradas de interjecciones vanas e hipérboles injustificadas. Lágrimas de impotencia le corrieron por los ojos.
  Durante años había podido escribir sin ningún problema y ahora, tratando de hallar la historia precisa, no conseguía nada que lo satisficiera. Pensó y leyó, leyó y pensó, ensayó varios argumentos que desechó casi enseguida. Incluso musitó una oración al Dios de su adolescencia, al que ya no recurría desde hace muchos años. Hojeó con amargura sus textos precedentes y en el pensamiento calificó de sinvergüenzas a los procaces editores que los publicaron.
  Hacia la medianoche, cuando la luz de la luna se filtraba por el tragaluz, durmió sin haber obtenido un solo atisbo de maestría. Soñó vertiginosamente con un libro, un libro en blanco, cuyas páginas recorría sin leer palabra alguna, lo soñó turbio y pegajoso, sin chiste. Despertó temprano y volvió a pensar, esta vez con melancolía.
  Por la tarde, comió muy poco. Sus ojos, entreabiertos, miraban sin ver. La barba, pulcra de antaño, había comenzado a crecerle. Fatigosamente caminaba por los solitarios pasillos de su casa todavía pensando, todavía esperando o quizás ya con resignación.

Dos semanas transcurrieron desde que el escritor había decidido escribir historias de verdad y a estas alturas había abandonado la escritura. Ya no salía de su casa, ya no leía, probablemente ya no pensaba. Sólo se sentaba en el sillón o en la terraza, y fatigaba sus días contemplando el vasto cielo azul de las tardes.
  Cada mes le llegaban las copiosas regalías de sus malos libros; las donaba a las bibliotecas o las desperdigaba sin resquemor entre la profusión de mendigos de la ciudad. En algún momento compró un arma, por si las dudas. Vendió su casa y donó sus libros. Erró largamente de ciudad en ciudad, de hotel en hotel, de cuartucho en cuartucho.   
     Una noche de invierno, tendido en una banca metálica con las manos cruzadas sobre la cabeza y observando fijamente las estrellas, al otrora escritor se le develó su gran obra; no era más de una línea, pero de algún modo encerraba el universo. La saboreó, la repitió en voz baja y luego la olvidó (o creyó que lo había hecho) y sacó su arma. La llevó lentamente hasta su sien, cerró los ojos y, con una leve sonrisa en el rostro, hizo fuego.

viernes, 18 de enero de 2013

De las repeticiones

En alguna de esas interminables tardes americanas de mediados del siglo XIX Emerson creyó intuir -probablemente observando la nervadura en la hoja de un arbusto o algún vasto cielo azul- que "la naturaleza es la infinita combinación y repetición de unas cuantas leyes" (Essays, I, I). Hacia 1982, el matemático polaco Benoit Maldelbrot publicó un tratado denominado Fractal Geometry of Nature, en donde se expone el estudio de los fractales como intrínsecos elementos de la naturaleza. Un fractal es un objeto geométrico que se repite un número determinado o tal vez indeterminado de veces. 
Quizás el caso más citado del fractal es la estrella de Koch. La cual no es sino un copo de nieve construido a partir de la iteración de un triángulo equilátero; en cada iteración quedan sustituidos los lados del triángulo por una variación conocida como curva de Koch (véase: Une méthode géométrique élémentaire pour l'étude de certaines questions de la théorie des courbes planes, txt. en fr.). 


No sólo la complejidad de la naturaleza había quedado reducida a la repetición de unos cuantos axiomas geométricos simples. A mediados del siglo XX un caballero inglés llamado Bertrand Russell demostró que la aritmética, la geometría o la dinámica racional, en suma toda la matemática, se componía de ocho o nueve constantes lógicas: "El número de constantes lógicas indefinibles no es grande: parecen, de hecho, ser ocho o nueve. Estas nociones por sí solas forman el objeto fundamental de toda la matemática..." (The Principles of Mathematics, 1950). 

Hablar de la biología o la física cuántica es baladí y una perogrullada. Todos sabemos que cualquier ser orgánico está compuesto por células que a su vez están compuestas por átomos que a su vez están compuestos por cargas eléctricas que a su vez -y con base en estudios recientes y especulaciones- están compuestas por cuerdas infinitesimales y oscilantes. La ciencia propende a la búsqueda de las mínimas fracciones, está volcada al descubrimiento del origen ínfimo. El universo no es más que la variación y la repetición de unas muy contadas constantes esenciales.  

Empecé con Emerson y terminé con el bosón de higgs que inevitablemente nos dirige al trabajo de Peter Higgs. Acaso la física y la filosofía comparten alguna afinidad. No obstante, la versión emersionana de las repeticiones me seduce más que la incierta teoría de la cuerdas.              


martes, 15 de enero de 2013

Pequeño manual de Entomología I

Arañas

Por si fuera poco, empiezan a entretejer sus telarañas y a adosar sus huevecillos en el interior de mi cabeza.


Cucarachas

En la cocina, en el baño, bajo la mesa, sobre el sillón, repugnantes humanos pululan por doquier.


Mantis religiosas

Les cortan las cabezas (sí, las cabezas) a sus novios después del coito. Luego se ponen a rezar.


Moscas

Bajo el matamoscas, el triste insecto espera reencarnar en un caballo.


Grillos

Como todas las noches y desde hace diez años, los grillos interrumpieron su sueño. Activado el percutor, los grillos jamás volvieron a cantar.



domingo, 13 de enero de 2013

Tres mínimos tormentos

Decepción

Recorriendo una de las vastas y oscuras galerías de su castillo, el príncipe sajón lo descubrió: los fantasmas no son más que sueños malogrados.


Sentencia

El laborioso alegato del inmortal no conmovió al jurado. Fue condenado a la indiferencia.


Doomsday 

Uno por uno ardieron los libros. El último en morir fue Alonso Quijano.


sábado, 12 de enero de 2013

El rey que creía en la derrota

Como todos los años, el rey de una de las melancólicas regiones del norte vino al castillo a contemplar el óleo en el que un tigre devoraba un antílope. Un viejo mozo, al que los años habían ido desdibujando, preguntó al rey por la índole de sus visitas, ya que, según su precaria experiencia, la escena del cuadro era asaz común en la naturaleza. El rey, conmovido, miró con indulgencia al hombre y respondió: vengo de un país frió en donde el sol es gris y los árboles negros, me han criado para la victoria y he vencido en muchas guerras. La sangre macula mi espada y mi escudo está forjado con cráneos. Mi blasón es la conquista. Y sin embargo, no he probado la dignidad de la derrota; un rey tiene derecho a todas las cosas menos una: ser vencido. Yo, mozo, observo al tigre, soberbio y sanguinario, y veo al antílope, digno en su muerte. Acaso una vez al año, me imagino como el antílope y vivo todas las cosas.

jueves, 10 de enero de 2013

La agonía del árabe

Dos hombres se pierden en el desierto. Caminan sin rumbo hasta que encuentran a un moro tendido en la dorada arena. Al pie del moro los hombres desaparecen; el moro acaba de morir.  

miércoles, 9 de enero de 2013

Misantropías 0

Misantropía 0.1

Nadie te odia más que yo.


Misantropía 0.2

¿No sabes qué es la misantropía? Consulta un diccionario.


Misantropía 0.3

El vigésimo cuarto día del tercer mes es el día de tu cumpleaños. También la fecha de tu muerte.


Misantropía 0.4

Gregor Samsa, convertido en un repugnante insecto, jamás se sintió más contento.


Misantropía 0.5

Despertaste: El dinosaurio todavía seguía ahí, devorándote.


Misantropía 0.6

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve. Fueron cayendo como fichas de dominó antes de recargar mi revolver.


Misantropía 0.7

Somos un juego bélico de playstation. Dios lleva siglos divirtiéndose.


Misantropía 0.8

Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres.*
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*Borges, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius 


Misantropía 0.9

Uno por uno entraron en la cámara de gas.
-¿Esta es la salida?-, preguntó un despistado.